martes, 23 de agosto de 2011

A la que todos llaman la loca

Por: Sebastián Castro Betancur

Tal vez pocas personas hayan tenido un encuentro tan cercano como el mío con este atemorizante personaje. ¡Claro! Sería un acto muy valeroso tan sólo intentar saludarla, después de ver una expresión tan amenazante, como es común en su rostro, y una mirada fija a la tuya mas diciente que mil palabras soeces.

Era viernes en la tarde y después de tomar una cerveza con mis amigos me dirigía, por la acera que queda en frente del “Prove”, a tomar un taxi en la avenida Nutibara. Distraído mirando la cantidad de piernas que se me cruzaban en el camino me sorprendieron unos zapatos viejos de tela, llenos de polvo y desgastados por del tiempo con los cuales casi me tropiezo.

Apenado por mi falta de ubicación quise disculparme así que subí la mirada y pronuncié la mitad de mis palabras “discúlpeme por…” la voz se me paralizó después de ver la cara de la dueña de esos zapatos, era ella, a la que todos llaman “la loca”. Sus ojos, sin parpadear me miraron por un segundo con extrema violencia y con su cabeza y brazos hizo un movimiento desafiante, como invitándome a reaccionar. Yo sólo pude girar la mirada y de forma cobarde seguir desorientado mi camino.

Hasta ese día sólo la había visto pasar por medio de todos sin reparar a nadie, con un cigarrillo en sus dedos, su camisa blanca con las mangas cortadas simulando ser una manga sisa y esa mirada de la que todos hablan.

Un día me sorprendió verla sentada en uno de los negocios frente a la Universidad tomando cerveza en una mesa, la cual contaba con cuatro sillas y ella sólo ocupaba una. El lugar estaba copado de personas, algunas sin dónde sentarse, cansados de bailar, pero nadie se atrevió a siquiera tomar una silla de las tres que solas se encontraban en la mesa que ella usaba.

Vive en una casa ubicada en la primera cuadra de la derecha, después de pasar por el “Prove”. Sola… acompañada… no lo sé. Mi cobardía no me permite averiguar que hay más allá de esa puerta.

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