miércoles, 24 de agosto de 2011

Pase para manejar en el cielo





Esta pieza se les enviará dentro del estuche a las personas que hayan sido multadas por manejar con tragos. Como este parte da decomiso del documenta de conducción (pase) pensarán que se los están devolviendo generando una reacción fuerte.


Campaña realizada por:
Sebastián Castro Betancur
Alejandro Cardona
Marce Neira

Historia Nokia (Animatic)


Reaizado por:
Sebastián Castro
Natalia Delgado

martes, 23 de agosto de 2011

Volver a sentir

El 61 % de la población colombiana es sorda, muda o ciega, y está cifra aún sigue creciendo.

Parte 1:

Parte 2:



Parte 3:



Cuñas:

Cuña para las personas mudas

 Cuña para las personas sordas


Campaña realizada por:

Sebastián Castro Betancur
Alejandro Cardona
Marcela Neira
Natalia Delgado

Cerveza Barena





Realizado por:
Sebastián Castro Betancur
Natalia Delgado

Jingle Rimax


Realizado por:
Sebastián Castro Betancur
Marcela Neira
Alejandro Cardona
Cristian Giraldo

A la que todos llaman la loca

Por: Sebastián Castro Betancur

Tal vez pocas personas hayan tenido un encuentro tan cercano como el mío con este atemorizante personaje. ¡Claro! Sería un acto muy valeroso tan sólo intentar saludarla, después de ver una expresión tan amenazante, como es común en su rostro, y una mirada fija a la tuya mas diciente que mil palabras soeces.

Era viernes en la tarde y después de tomar una cerveza con mis amigos me dirigía, por la acera que queda en frente del “Prove”, a tomar un taxi en la avenida Nutibara. Distraído mirando la cantidad de piernas que se me cruzaban en el camino me sorprendieron unos zapatos viejos de tela, llenos de polvo y desgastados por del tiempo con los cuales casi me tropiezo.

Apenado por mi falta de ubicación quise disculparme así que subí la mirada y pronuncié la mitad de mis palabras “discúlpeme por…” la voz se me paralizó después de ver la cara de la dueña de esos zapatos, era ella, a la que todos llaman “la loca”. Sus ojos, sin parpadear me miraron por un segundo con extrema violencia y con su cabeza y brazos hizo un movimiento desafiante, como invitándome a reaccionar. Yo sólo pude girar la mirada y de forma cobarde seguir desorientado mi camino.

Hasta ese día sólo la había visto pasar por medio de todos sin reparar a nadie, con un cigarrillo en sus dedos, su camisa blanca con las mangas cortadas simulando ser una manga sisa y esa mirada de la que todos hablan.

Un día me sorprendió verla sentada en uno de los negocios frente a la Universidad tomando cerveza en una mesa, la cual contaba con cuatro sillas y ella sólo ocupaba una. El lugar estaba copado de personas, algunas sin dónde sentarse, cansados de bailar, pero nadie se atrevió a siquiera tomar una silla de las tres que solas se encontraban en la mesa que ella usaba.

Vive en una casa ubicada en la primera cuadra de la derecha, después de pasar por el “Prove”. Sola… acompañada… no lo sé. Mi cobardía no me permite averiguar que hay más allá de esa puerta.

El Provedor

Por: Sebastián Castro Betancur

“ahí, en el comienzo de la baldosa, estaba la reja cuando compre el proveedor en el año 2007”, es lo que dice don Jorge, el dueño de la conocida “tienda”, señalando con su dedo hacia la entrada del lugar. “en ese entonces era ya un restaurante, lo cual es algo que pocos saben, ya que sólo conocen el servicio de bar que se les ofrece aquí. Aunque en su principio si había sido una tienda de barrio”

Don Jorge es muy enfático con las marcas que dejó la reja, pues estas son la historia del lugar mismo, teniendo en cuenta que a medida que el proveedor cambiaba de dueño, este objeto de seguridad se fue cambiando de posición, hasta la mitad del local, luego hasta las neveras donde guarda sus productos, que en su mayoría son cervezas, y por último optó por quitarla y darle un aire más fresco a su negocio.

“El Prove”, como lo llaman los estudiantes de la UPB y clientes principales de “la tienda”, ha mantenido su nombre como restaurante desde su último dueño, a pesar de que, a juzgar por su apariencia es más un bar que cualquier otra cosa. “Aún se venden almuerzos, y nos son pocos, pero la verdad es que el negocio de las comidas me da más gastos que ganancias”, comenta don Jorge quien sabe que conseguir la licencia de bar le traería más problemas de los que ahora tiene, ya que este lugar está ubicado bajo un edificio de residencia. Y rodeado a su vez por viviendas de estudiantes y familias en el barrio Laureles.

“Nunca me han atracado”, afirma “Yorch”, apodo que con cariño le dieron a don Jorge los jóvenes de la universidad. “Fue por eso que opté por quitar la reja. La verdad si alguien quisiera hacerlo sólo tendría que apuntarme con un arma y la reja no evitaría que esto pasara “. Esta ha sido una de las pocas remodelaciones por las que ha pasado el negocio, además de una pintura de monstruos en la pared que sostiene el televisor ubicada en el lado este del simple lugar. “Para que le voy a meter más plata si los pelaos prefieren hacerse en la acera después de comprar la cerveza y sólo entran a usar el baño o cuando llueve sorpresivamente.”

“En tres años como dueño de este negocio sólo he tenido un inconveniente con los pelaos. Ya que hay unos que compran las cosas en otro lugar y vienen y lo consumen al frente” cuenta “Yorch” quien con una actitud noble y su rostro sonriente termina la historia narrando las disculpas que los jóvenes, con un brindis, le ofrecieron minutos después de la incómoda discusión.

“En el futuro veo El Proveedor como un lugar donde las personas del barrio y, por supuesto, los estudiantes de la Bolivariana, puedan encontrar la más grande variedad de tragos, tanto nacionales como internacionales. Soy consciente de que lo más pedido seguirá siendo la cerveza, por eso quiero surtir las neveras de productos conocidos por los pelaos pero a precios favorables, con el favor de Dios, a precios de estanquillo.”


Es mejor no hacer nada con sueño

Por: Sebastián Castro Betancur

No sé si era lunes o martes, recuerdo que era de noche y estaba acostado peleando con mis ojos para evitar que se cerraran, pues quería terminar de ver El Capo. Hacía frio y mi cuerpo anclado a la cama, descansaba después de un pesado día, la pretemporada en el equipo de la Universidad había comenzado.

El televisor trataba de hablarme y la voz de Marlon Moreno, el actor protagonista, cada vez se hacía más turbia, lenta, y silenciosa; de pronto ¡mierda! olvidé lavar mis dientes.

Mis ojos se abrieron rápido y mis cálidos pies, se vieron obligados a caminar por aquella baldosa, que pedía a gritos un abrigo. Prendí la luz del baño y la cucaracha que cuidaba mi cepillo, parecía querer decirme algo , me miró por un segundo y luego se ocultó. No lo sé, quizás se quería disculpar por usar el cepillo sin mi permiso, igual, lo que quisiera o no decirme, me era indiferente, sólo quería regresar a mi cama.

Primero debía abrir mis ojos, tenia mucho sueño, conseguí tenerlos despiertos por un tiempo… recaí. En ese instante, me di cuenta que tenía que lavar mis dientes lo más rápido posible, sino quería usar de almohada el lavamanos. Así fue como mi cuerpo tomó alientos y antes de que mis parpados reaccionaran, mi boca ya estaba abierta y el cepillo totalmente listo.

Luego lo introduje en mi boca, por supuesto, y comenzó la carrera. El premio era la calidez de mi alcoba y el tiempo a romper, 5 segundos. Comencé de forma veloz por mis dientes delanteros, mi mano parecía el engrane metálico que hay entre las ruedas del tren. Iban 3 segundos según la cucaracha que se asomó a ver, cuando de nuevo ¡mierda! el extremo del cepillo resbaló en uno de mis ya encerados dientes y fue a parar con fuerza a mi encía; grité tan fuerte que ahora la cucaracha sólo se deja ver de mis hermanos, y prefiere usar el cepillo del perro.

Pronto enjuague la herida y el ardor fue mayor, no recuerdo con certeza cuánto tiempo transcurrió, sin embargo, fue el tiempo justo para que El Capo terminara. Los dientes no me los terminé de lavar, gústele a quien le guste, y las ganas de dormir en paz y de descansar… Ya no quiero hablar de eso.

El terror del jabón

Por: Sebastián Castro Betancur

Tener siempre miedo es como estar muerto en vida. Vivo pendiente de quién entra a la ducha, esperando en todo momento que sea aquella hermosa mujer de piernas perfectas, piel color canela y textura sedosa, que se baña como mínimo una vez al día y que aunque en ocasiones llegue exhausta y algo salpicada de sudor, es un placer incomparable acariciarla.

Pero cuando llega la hora de verlo a él, a ese sujeto, me tiembla todo. Sólo de escuchar sus pesados pies, en cada paso por el corredor que conduce a este baño, es asqueroso, es repulsivo. No logro entender cómo puede alguien ser tan gordo, oler tan feo y lo que es peor, tener tantos pelos en su cuerpo. Me dan ganas de desmayarme sólo de recordar cuando me toma con sus obesas manos y comienzo a sentir la fricción de cada bello pasando por mi mojado y delicado cuerpo.

Lo único rescatable de todo esto, es que sólo tengo que padecerlo una vez por semana, pues para colmo de su desaseo, el sólo se baña los miércoles. Así es, cada miércoles es el mismo martirio, no se cuál de los dos va a entrar primero, igual que hoy.

Temprano, en la mañana, cuando aún estaba bostezando, sentí que se aproximaba alguien, mis sentidos aún estaban algo torpes, por lo que no podía saber con certeza de qué personaje se trataba hasta no tenerlo en frente.

Después de unos segundos que parecieron horas, sentí como corrían la cortina; para mí tranquilidad observé cómo cada esbelta pierna, entraba para decirme que tenía motivos para sonreír. Era ella, se tomó su tiempo para regular el agua y luego se metió en el tibio chorro hasta quedar completamente mojada.

Me miró y me tomó con sus delgados dedos, sin oponer resistencia cerré los ojos y disfrute del mágico recorrido por tan suave piel. Apenas terminó de enjabonarse, me dejó en mi puesto, se enjuagó y se fue dejándome extasiado en una cama de burbujas.

De pronto, sentí como pasó por mi mente, un fugaz y espantoso recuerdo. Había llegado la hora de vivir el terror del jabón.

Ahí estaba yo, sin poder esconderme en mi jabonera, a merced de mi más grande miedo y con la seguridad de que sólo una persona sería la siguiente en entrar. De pronto abrieron la puerta principal y sólo más terrible que el chillido del metal oxidado, fue ver el contorno turbio de esa persona detrás de la cortina, acercándose cada vez más, para ingresar a mi húmeda guarida.

¿Será qué me tiro? pensé mientras veía al vacio terminar en esa clara baldosa que daba al desagüe, pero no, no puedo. ¿Qué hago? ya no hay tiempo de nada, me dije.

Mis ojos ya no podían mirar a otro lado, mas que a esa cosa llena de pelos negros oculta entre el brazo de ese sujeto, la cual despedía un olor a muerto, quizás el único capaz de salir de allí, el olor.

De repente me agarró con la fe de aumentar mi agonía, arrastró mi cuerpo por su figura obesa, velluda y mal oliente, al punto de sentir que mis fuerzas se iban poco a poco y mi respiración se hacía cada vez más lenta

Entre los que parecían ser mis últimos suspiros, sólo pude llegar a al conclusión de que era un cobarde, ¿porqué vivir todo esto si me pude haber lanzado?

El martirio continuaba, trataba de escupir cuanto pelo entrara en mi boca, pero me era imposible, eran demasiados al tiempo. Ya ni ver en que lugar estaba me era posible y ese fétido olor me adormecía…. y me adormecía.

Así fue como comenzaron a pasar los más lindos recuerdos por mi mente, entre los que estaban esas esbeltas piernas de mi amada, esa piel, y esa sensación de placer que me hicieron tomar fuerza para deslizarme entre sus dedos y caer al desagüe, aquel al que había esperado llegar hace un rato.

Él, trató de agacharse sosteniéndose de la pared, pero su corpulencia exagerada se opuso a ejecutar tan extrema maniobra; por lo que no tuvo más remedio que rendirse y eliminar los rastros que aún quedaban de mí, cerrar la llave del agua e impotente marcharse.

Y aquí estoy yo, cubierto por una capa de pelos y consiente de que mi nueva apariencia no me ayudará a regresar a la jabonera.